por: Jorge Villacorta
Christian Bendayán lleva buen tiempo andando un camino solitario. No sólo porque lo emprendió y lo ha sostenido durante un número de años en Iquitos, sobre el Amazonas, su ciudad natal, sino porque en éste momento, dentro de las coordenadas de la plástica nacional más reciente, su obra propone abiertamente un intercambio sobre experiencias de frontera psíquica entre lo hermoso y lo degenerado, lo vulgar y lo erudito, lo sagrado y lo profano a las que difícilmente se entregaría alguno entre sus coetáneos peruanos, con la misma sed, la misma angustia, el mismo amor.
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Con riesgo de desatender el rasgo de humor en sus trabajos, se puede uno permitir apuntar a desentrañar algo que queda como rastro de religiosidad en ellos. Dirigida a interrogar una diversidad de tópicos que se suceden unos a otros en las manifestaciones de la plástica peruana de fin de siglo, la visión de Bendayán revela una atención insólita puesta en construir la imagen, consagrando el acto de representar como acción de hacer visible un esplendor en lo humilde, lo ultrajado y lo desplazado: contemplando lo marginado en su naturaleza de carne o de cosa o de ambas. Acompaña a esto una aproximación a la figura que admite la sensualidad inherente a lo físico, propia de un cuerpo o de un objeto, pero que imprime una orientación a su afloramiento: marca claramente, aislando sin desgarrar, lo que ya existe como diferente-o lo que el artista juzga que puede y debe ser reconocido como tal-en el ámbito de lo real y efectúa su rescate, en razón de esta diferencia, conmimando al observador a compartir su mirada. Uno estaría tentado de hablar de una religiosidad de rostro cristiano, generadora de un desarrollo con aire de programa iconográfico que escapa hacia la desmesura y que da como resultado un aire incrustado de esquirlas de un estallido católico, con trazas de la Caída y residuos de Redención.
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Con riesgo de desatender el rasgo de humor en sus trabajos, se puede uno permitir apuntar a desentrañar algo que queda como rastro de religiosidad en ellos. Dirigida a interrogar una diversidad de tópicos que se suceden unos a otros en las manifestaciones de la plástica peruana de fin de siglo, la visión de Bendayán revela una atención insólita puesta en construir la imagen, consagrando el acto de representar como acción de hacer visible un esplendor en lo humilde, lo ultrajado y lo desplazado: contemplando lo marginado en su naturaleza de carne o de cosa o de ambas. Acompaña a esto una aproximación a la figura que admite la sensualidad inherente a lo físico, propia de un cuerpo o de un objeto, pero que imprime una orientación a su afloramiento: marca claramente, aislando sin desgarrar, lo que ya existe como diferente-o lo que el artista juzga que puede y debe ser reconocido como tal-en el ámbito de lo real y efectúa su rescate, en razón de esta diferencia, conmimando al observador a compartir su mirada. Uno estaría tentado de hablar de una religiosidad de rostro cristiano, generadora de un desarrollo con aire de programa iconográfico que escapa hacia la desmesura y que da como resultado un aire incrustado de esquirlas de un estallido católico, con trazas de la Caída y residuos de Redención.
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